El cientista político e historiador brasileño Luiz Alberto Moniz Bandeira, analiza en este diálogo la compleja realidad política e institucional que vive Brasil por estos días.

– Profesor, ¿usted cree que Brasil se encuentra en una encrucijada similar a la de 1964? ¿Es probable que el país vuelva a ser exclusivo, sólo para una minoría?

muniz-bandeira– La situación actual de Brasil es muy diferente a la de 1964. Ya no existe la supuesta amenaza comunista ni las Fuerzas Armadas brasileñas están dispuestas a dar ningún golpe de Estado. Tampoco quieren que se viole la Constitución, aunque, bajo el artificio de un impeachment, sin ninguna base legal, sólo porque la oposición se siente insatisfecha con la derrota en las urnas, no quiere al gobierno del candidato electo. La coyuntura mundial cambió. Lo que ocurre actualmente es una crisis económica, que surge no sólo de factores internos, sino también de perturbaciones externas de la economía mundial, como la caída de los precios de las materias primas, incluyendo al petróleo. Y la crisis económica que atraviesa Brasil, fue y es agravada, en gran medida, por la lucha de clases, por aquellos que no aceptan – por ejemplo – los programas sociales como el “Bolsa Familia” y por otros intereses políticos nacionales, conjugados y estimulados por intereses económicos y políticos extranjeros. Y, por mencionar un ejemplo, Brasil pertenece al grupo llamado BRICS, que creó el Banco de Desarrollo recientemente instalado en Shangai, como una alternativa ante el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Este grupo de países, encabezados por Rusia y China, busca liberarse del dominio del dólar, como moneda fiduciaria, moneda de reserva internacional, a través de la cual, protegida por la OTAN que subordina a la Unión Europea, sólo los Estados Unidos producen, sin respaldo, y a través de la cual mantienen la hegemonía mundial. Evidentemente existen otros intereses para desestabilizar a Brasil.

– En la historia brasileña, ¿hubo algún otro período de movilidad social intensa como la vivida desde 2003 hasta ahora? ¿Fue, por ejemplo el caso del gobierno Vargas o del gobierno Goulart? ¿Cuáles son las similitudes y cuáles las diferencias?

– Cada época, la de Getúlio Vargas y la de João Goulart, como la actual, tienen profundas diferencias, dado que el desarrollo de las fuerzas productivas en Brasil y en el mundo fue intenso, desde la década de 1950. De la misma forma que no se entra en el mismo río dos veces, no se vive dos veces el mismo tiempo histórico y, por consiguiente, el mismo sistema capitalista, porque las aguas corrieron y el sistema económico, aunque subsista, no es completamente igual, ni nacional ni internacionalmente, al que fue en el pasado. Está en permanente mutación, como nuestros propios cuerpos. Esto no significa que las similitudes desaparezcan. La historia es una, continua y las similitudes, en una esfera superior de la espiral, pueden repetirse con características y condiciones distintas. Getúlio Vargas reconoció los derechos laborales e instauró el régimen de libertad social en Brasil. En la carta testamento que dejó al suicidarse, el 24 de agosto de 1954, escribió: “La campaña subterránea de los grupos internacionales se alió a la de los grupos nacionales enojados contra el régimen de garantía del trabajo”. Esto se repitió y se repite. El presidente João Goulart continuó el mismo trabajo de Vargas y no sólo defendió los intereses nacionales, sino que extendió la legislación laboral al campo. Hubo, por lo tanto, movilidad social, como en la época de Vargas, desde la Revolución de 1930. Y la campaña subterránea de los intereses extranjeros se alió y fomentó la de los intereses nacionales. Las diferencias, sin embargo, son igualmente variadas. La supuesta amenaza comunista no existe más como elemento de manipulación de la opinión pública y de las Fuerzas Armadas; las dictaduras militares impuestas en América Latina constituyeron un fiasco; y los Estados Unidos ya no representan más una gran estrella como en la década de 1950, cuando la legitimidad de un gobierno pasaba por el buen relacionamiento con Washington. Los Estados Unidos están en franca decadencia, como reconoció el politólogo Francis Fukuyama en su obra Political Order and Political Decay.

-¿Cómo definir las nuevas formas que adoptan, en diferentes partes del mundo, los ataques a los Estados? ¿Podría ser Brasil víctima de algún experimento de ataque al Estado; llevado a cabo, claro, mediante el uso del Congreso y la justicia?

– La nueva técnica de ataque, de golpe de Estado, fue delineada por el profesor Gene Sharp. La estrategia fue plasmada en el libro del profesor Gene Sharp titulado From Dictatorship to Democracy. A Conceptual Framework for Liberation, traducido a decenas de idiomas para el entrenamiento de activistas/agitadores. Esta estrategia es llevada a la práctica mediante, en principio, una lucha no violenta, más compleja y por diversos medios, como la guerra psicológica, social, económica y política. Dichos medios son, por ejemplo, demostraciones de protesta, huelgas, no cooperación, deslealtad, boicots, marchas, caravanas de automóviles, procesiones, etc., porque los gobiernos solamente pueden subsistir si cuentan con la cooperación, sumisión y obediencia de la población y de las instituciones de la sociedad. Ella guió, en gran medida, la política de regime change del presidente George W. Bush, de acuerdo con el Project for the New American Century (PNAC). Consiste en fomentar el Political defiance, es decir, el desafío político, término usado por el coronel Robert Helvey, especialista de la Joint Military Attache School (JMAS), operado por la Defence Intelligence Agency (DIA), para describir cómo derrocar un gobierno y conquistar el control de las instituciones, mediante la planificación de las operaciones y movilización popular en el ataque a las fuentes de poder en los países hostiles a los intereses y valores de Occidente.

Y la estrategia del profesor Gene Sharp establece lo que el coronel David Galula había definido como “cold war revolutionary”, es decir, actividades de insurgencia que se mantenían, en su mayor parte, dentro de la legalidad, sin recurrir a la violencia. De esta manera, a través de ONGs financiadas por los Estados Unidos, las “revoluciones de colores” derrocaron a los gobiernos de países miembros de la Comunidad de los Estados Independientes (CEI) organización supranacional fundada en 1991 por iniciativa del presidente Boris Yeltsin, integrando en el espacio económico de Rusia a repúblicas de la extinta Unión Soviética: Armenia, Azerbaiyán, Bielorusia, Kazajstán, Kirguistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán). La misma estrategia fue adoptada, también, por el presidente Barack Obama para promover la tan floreciente “Primavera Árabe”, que ya dejó como resultado, según la ONU, más de 160 mil millones de refugiados. La “freedom agenda”, del presidente George W. Bush y adoptada por el presidente Barack Obama, constituye lo que el Directorate of Army Doctrine (DAD), del Departamento de Defensa de Canadá, define como subversión, es decir, la tentativa de socavar la estabilidad y la fuerza económica, política y militar de un Estado sin recurrir al uso de la fuerza, por medio de la insurrección, pero con demostraciones, para provocar medidas violentas, para que puedan ser denunciadas como “excesiva reacción de las autoridades y así desacreditar al gobierno”.

La propaganda – agregó el documento del DAD – era “el elemento clave de la subversión” e incluye la publicación de informaciones nocivas para las fuerzas de seguridad, así como la difusión de rumores falsos o verdaderos destinados a socavar la credibilidad y la confianza en el gobierno. Y de ahí que los Estados Unidos tratan de crear el caos para derrocar un régimen. Hoy en Brasil no cuentan, sin embargo, con las Fuerzas Armadas. La estrategia del profesor Gene Sharp, aplicada en los países de Eurasia y del Medio Oriente por medio de las llamadas “revoluciones de colores” y “Primavera Árabe”, la demuestro en forma documentada en mi libro “La Segunda Guerra Fría”, que sale este año también en Argentina y en Alemania.

-¿Cuáles son las posibilidades reales de que prospere un “golpe blando” en este país y cuáles serían las consecuencias para América del Sur?

– No creo que el impeachment contra la presidente Dilma Roussef prospere. No existe ninguna acusación personal contra ella. Es una persona extremadamente honesta y correcta. Y no se puede decir que la crisis económica, que de hecho existe, sea alarmante en un país que el 18 de septiembre de 2015 contaba con reservas del orden de los U$S 370.570 millones, es decir, más de U$S 370 mil millones. Sin embargo, todo es posible, en un país cuyos partidos ya no existen, se convirtieron en meros rótulos, donde grupos de intereses particulares y el orden jurídico desapareció, con el juez de Paraná arrogándose el supremo derecho de investigar, más allá de su jurisdicción y ordenar, sin culpa comprobada, sólo basado en denuncias privilegiadas de grandes empresarios, a desacreditar a las empresas, empresas estatales y a empresas privadas, responsables, en gran medida, por las exportaciones de bienes y servicios de Brasil. Se trata de un método nazifascista, de terrorismo de Estado, de las épocas de Hitler y de los procesos de Moscú, bajo la tiranía de Stalin. La crisis, por lo tanto, no es sólo política, es institucional, dado que tanto el Congreso como el Poder Judicial tratan de usurpar los poderes del Ejecutivo. Es la crisis del régimen republicano, del presidencialismo, que de una manera u otra se da en los Estados Unidos y en los demás países donde fue implantado. Pero si el golpe blando tuviera éxito en Brasil, las consecuencias para América Latina serían las peores. Como declaró el presidente Richard Nixon en 1971: “hacia donde vaya Brasil irá América Latina”.

Por Luiz Alberto Moniz Bandeira
Escritor cientista político, historiador Brasileño
Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte

Fonte: La Onda